jueves, 6 de octubre de 2016

Arquitectos en Querétaro

Hoy no se trata de literatura, sino de Arquitectura.

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miércoles, 24 de junio de 2009

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Huyendo al fin

I

Venimos huyendo. En toda la noche no hemos parado de correr y llevamos dos noches sin dormir. Ayer en la tarde nos descubrieron, teníamos ventaja todavía y como sabemos correr mejor, los íbamos dejando atrás, entonces nos dispararon. Por suerte cuando nos descubrieron ya casi estábamos en la cima del monte. Las balas no nos hubieran dado, pero más vale la pena correr. Ahí nomás bajando el monte les sacamos mucha ventaja, nos metimos a lo tupido del bosque y no paramos ni para tomar agua hasta que nos dio la noche. Anduvimos perdidos un rato, pero dios quiso que ya oyéramos el Lacanjá. Caminamos rápido, nunca nos detuvimos; si no corríamos, caminábamos. Cuando llegamos nos dimos cuenta de que no era el Lacanjá, era un arroyo no más. A lo mejor por el miedo lo oímos más fuerte, de todos modos nos sirvió. Nosotros sabíamos que iban a seguir nuestras huellas, por eso nos metimos a caminar al agua, río abajo.

II

- ¿Estás seguro?
- ¿Te estás echando pa´ tras?
- No es eso.
- ¿Entonces?
- Ayer hablé con los muchachos. Siguen diciendo que sí te ayudan; aunque hayas vivido en la ciudad al final eres de aquí, pero dicen que lo pienses bien, a lo mejor si te regresas…
- ¡No! Si me van a ayudar los veo en la noche atrás de la casa de Fulgencio, si no, yo solo puedo.
- Sí te vamos a ayudar hombre, sólo queríamos saber si estabas bien seguro.
- Segurísimo.
- ¿Y ella?
- Más que yo.

III

¡Cómo no se fijaron! ¡Si serán pendejos!
Cuando lo encontremos le vamos a dar dos machetazos por cada caballo.
¡Ustedes vayan a buscar caballos! Y ustedes pónganse a rastrear las huellas, órale cabrones que es para hoy.
Ustedes pregúntenle a los indios si no los han visto.
Mata a los caballos Manuel. Y que algunos se me regresen al pueblo a poner todo en orden. Y que ofrezcan tierras, de las mejores con todo y mulas, indios y dinero, al que me encuentre a ese puto y la vieja. ¡Pinche vieja!
IV
Salimos huyendo cuando menguó el tiroteo. Ninguno de ellos nos vio saltar la barda y escapar. Seguramente alguien del pueblo se los dijo, allí todos hablan porque tienen miedo. Nosotros todavía teníamos parque, una pistola y una escopeta; estábamos corriendo por el campo, rumbo a los montes, cuando vimos tierra levantada por caballos: nos estaban siguiendo; por eso tiramos la escopeta, para correr más rápido. No crea que no nos dolió dejar tanto muerto en casa de don Fulgencio, si eran nuestros hermanos, pero ellos sabían lo que podía pasar. Lo bueno es que de los nuestros sólo murieron siete, fueron todos los demás, pero nomás siete; y de don Fulgencio, por lo menos, veinte. Cuando dejamos la escopeta fuimos a meternos a la maleza que está atrás del campo de café. Allí nos encontramos al hijo de Fermín, el de la pulquería, con la hija de Calcic, un campesino. Ellos nos delataron, debieron haber pensado que nosotros los delataríamos primero. Los caballos llegaron donde ellos. Nosotros nos metimos más al pastizal. Nos estuvieron buscando hasta después que cayó la noche y como no nos encontraron porque unas nubes taparon la luna, abrasaron la maleza. Casi nos quemamos vivos pero el viento sopló pal otro lado y nos salvamos. Ellos tuvieron que recular. Nosotros aprovechamos para huirnos, ya sabíamos que a lo mejor nos encontraban porque todavía tenían caballos raudos.

V

- ¡Martín, Martín! ¡¿Ya supiste?!
- ¿Qué cosa?
- Don Fulgencio fue a casa de María con sus hombres y se la llevó. Dijo que se la llevaba para casarse con ella, nomás esperaba a que le llegara el cura que mandó traer.
- ¡Hijo de la chingada, lo voy a matar!
- No puedes.
- ¡Cómo que no!
- Solo no, hermano.
- ¿Me ayudas?
- Tal vez. David, Simón, Felipe y Juan hablamos. Estamos de acuerdo en ayudarte si consigues armas y caballos.
- Sólo tengo un revolver.
- Pero tienes dinero. David sabe donde comprar

VI

¿Oyes? ¿Qué cosa? ¡El río, ya estamos cerca! ¿Estás seguro? ¿Qué no lo escuchas? es el Lacanjá, estoy seguro. Sí, ya lo oigo. Vamos, rápido. ¿Crees que nos alcancen? No sé, si llegamos al río por lo menos no nos van a poder seguir. ¿Y después qué? Ya habíamos dicho. shhh… escucha. ¿Qué? Shh… ¿Qué cosa? Shh… nada, creí que eran ellos. Tengo miedo. No te preocupes. ¿Y si son ellos? No son. ¿Cómo lo sabes? Lo sé. ¿Por qué no te fijas? ¿Cómo quieres que me fije? Súbete a un árbol y ve. ¿Y que voy a ver? ¡es de noche! Ya sé que es de noche, puedes ver sus antorchas. ¡Si nos están buscando no van a traer antorchas! Perdón, no sabía.
Allá está el río. Es más chico de lo que me habías dicho. Tal vez sea un brazo, sigámoslo.
No parece brazo, es un vil arroyo; nos perdiste. No importa, sigue caminando por el agua. ¿A dónde vamos?... Sigue el río. ¿A dónde vamos?... Sigue el río. ¡A dónde vamos! No sé… sigue el río.

VII

Me importa un pito que sea Ixmucané. Que vayan a negociar unos. ¡Órale, no sean putos! ¡Tú y tú! Vayan. Ofrezcan lo que quieran a cambio de esos dos. Y cuidadito con traerme usada a la chamaca, ¿quedó claro? Si allá se ponen estúpidos ofrezcan mucho dinero, total ni se los pienso pagar, además ya les hace falta una calentadita a sus mujeres. ¿O no muchachos?
Ustedes dos. Vayan con ellos y se me fijan bien cuanto café tienen plantado esos indios.

VIII

- ¿Y los papás de María qué hicieron?
- Lo que pudieron.
- ¿Qué?
- Don José se fue a la cantina y después a la casa de don Fulgencio. Dicen que primero intentó convencerlo de que le dejará en paz a la chamaca, hasta le ofreció sus tierras y la cosecha de orita. Don Fulgencio no quiso. Entonces don Pepe sacó la pistola y los matones de don Fulgencio se lo echaron.
- ¿Y tú hablaste con don Fulgencio?
- Yo no. Doña María sí. Le dijo que yo era al que María quería, y que nos íbamos a casar pronto.
- ¿Y qué pasó?
- Como no le hizo ni tantito caso, se fue a hablar con la mamá de don Fulgencio, entonces él la mandó encarcelar y a mí me mandó a cazar.
- ¡Es un hijo de puta! Ojalá hoy en el casorio lo podamos matar.
- Sí, ojalá… ¿Conseguiste lo que te pedí?

IX

Pasamos toda la noche caminando. Cuando amaneció y nos dimos cuenta de que no seguíamos al Lacanjá, decidimos cruzar el Chixoy. Sabíamos que era riesgoso, pero para esa altura ya nos estarían buscando en todos los lugares de alrededor. Lo más peligroso iban a ser los montes, de ese lado están todos pelados y casi no hay árboles; alguien nos iba a ver. Nos vinimos lento, por arroyos. La idea era cruzar los montes de noche. Sólo comimos lo que nos encontrábamos en el camino, siempre andando.
Pa´ medio día nos encontramos unos cimarrones, les cambiamos la pistola por comida caliente y chamarras; éstas; y cuando los dejamos atrás nos dispararon, a traición, ahí nos tuvimos que meter otra vez a lo tupido. Nos persiguieron, por suerte sólo les dejamos ocho tiros: se los acabaron; y como nos metíamos más y más, ellos se regresaron. Nosotros perdimos el arroyo como cuatro horas y nos tuvimos que arriesgar a pasar cerca de los campos para encontrar el agua.
Ya pa´ la noche sabíamos en donde estábamos y por donde teníamos que cruzar el Chixoy. Por desgracia don Fulgencio también sabía donde andábamos, pero al menos ya con pocos caballos, todos robados. Nos acordamos que aquí en Ixmucané todos odian a los caciques de allá, en especial a don Fulgencio, por aquello que les hizo ha unos años, lo de las muchachas y el café.

X

- ¿Cuándo llega el cura?
- Mañana.
- ¿Qué vamos a hacer?
- Yo y los demás estamos haciendo planes para entrar mañana a la casa de don Fulgencio.
- ¿Y yo?
- Cuida a los papás de María.
- Ya pa´ qué. Don Fulgencio ya se los quitó de encima, y a mí me está persiguiendo.
- ¿Por qué, qué hicieron?
- Yo nada.

XI

María, agáchate. ¡Ay! Agáchate. Cuidado atrás. ¡Simón! Sácala de aquí. Sí. Vamos María. ¿A dónde? Atrás, ven. Nos van a matar. No, vamos ganando. Me hubieras dejado, no quiero que te mueras. No me voy a morir ni tú tampoco. ¡Ay! Vamos atrás, rápido. ¿Dónde están los caballos? No hay caballos. ¿Y qué vamos a hacer? Lo de antes pero sin caballos. Vamos a saltarnos por ahí. ¿Puedes? Sí, vamos.

XII

¡Pues no les dije que lo mataran cabrones! ¡Ya ven lo que pasa por sus pendejadas!
¡Tú ve por los caballos!
¡Tú! Ve a preguntar a donde andan. Si no te dicen los matas.
¡Manuel! Tráete los rifles y mucho parque.
¡Cuántos eran!
No más seis. ¿Cuántos quedaron vivos?
A ése que encontraron mátenlo a machetazos y a su familia háganle lo que quieran.
¿A cuantos me mataron?
Pues cuando agarremos al cabrón le vamos a dar treinta y dos plomazos en los güevos, uno por cada hombre. Pa´ que aprendan todos a no meterse conmigo.

XIII

Mira, allá en el valle. ¿Qué es? Son don Fulgencio y sus hombres. ¿Qué hacen, por qué patean a los caballos? No te asomes tanto… están enojados porque los caballos se están muriendo. ¿Pus nos que eran buenos? Sí, pero Jesús los envenenó. ¿Quién es Jesús? El hijo de don Chucho, el herrero. Ah… ¡ay! ¿qué fue eso? ¡ay! Shh.. tiros, están matando a los caballos. ¡Ay! Shh.. ¿Y ora? Les va a costar trabajo alcanzarnos, ven, hay que sacarles ventaja. Ajá. Agáchate.

XIV

- ¿Conseguiste lo que te pedí?
- Casi, sólo pude conseguir los rifles, las pistolas y las balas.
- ¿Y los caballos?
- No alcanzó
- ¡A qué la chingada! ¿Cómo vamos a escapar?
- Jesús es amigo del encargado de la caballería de don Fulgencio. Los va a envenenar.
- ¿Y pa´ cuando se mueren?
- Mañana, dice.
- ¿David averiguó cuantos hombres armados van a estar en la casa de Fulgencio?
- Treinta, treinta y cinco.
- Todos saben a lo que le tiramos. ¿Los demás saben que no conseguimos caballos?
- Ayer hablé con ellos.
- ¿Qué dijeron?
- Que si estás seguro de lo que vas a hacer.

XV

Asaltamos el casorio para rescatarla, la querían casar a fuerzas. Casi nos matan a todos, nosotros escapamos. Los tres hijos de David entraron por la puerta grande, entraron disparando, ellos solos se echaron a diez. Duraron mucho. Los demás entramos disparando por la puerta de atrás, no se lo esperaban. Ahí se puso buena la balacera. Don Fulgencio se fue a esconder a su casa, corría como niña, ¿Se vio bien puto, no? Nosotros nos dispersamos. Dos fuimos por María, pa´ sacarla y cuando la hallamos mataron a Simón. Nosotros fuimos pa´ atrás de la casa en medio del alboroto, pa´ que los tiros no la fueran a lastimar. Pensamos que nos iban a agarrar cuando menguó el tiroteo, parecía que los hombres de don Fulgencio habían ganado. Fueron a ver si había más de nosotros esperando entrar por la puerta grande, ahí fue cuando nosotros aprovechamos para escondernos entre una pared y unos árboles. Todavía se escuchaban algunos disparos, pocos, pero se oían. Cesaron pronto.

XVI

Mira quien está allá. ¿Cómo nos encontró? Alguien nos debe haber visto cuando salimos al campo. ¿Y por qué trae caballos? No sé, pero sólo son dos. Se los ha de haber robado. Chance; vamos pa´ la cima del monte orita que se están yendo pa´ allá. Nos van a ver. Tenemos que correr rápido. Traen caballos, nos van alcanzar. Es la única manera.

XVII

¡A ver suegro! ¿Dónde está la chamaca?
¡No te pongas pendejo!
Vente pa´ acá María, no seas rejega.
¡No se ponga en pendejo, no ve que les estoy haciendo un favor! Es más, pa´ que vean que no hay resentimientos los invito al casorio, es mañana en la tarde, ahi pregunten.
Manuel, llévate a la escuincla y cuídamela bien, si le pasa algo te va a salir caro, ¿entiendes cabrón?

XVIII

Pá la mañana ya vimos la frontera. El río que seguimos surtía al Chixoy, lo cruzamos y lo encontramos a usted, apuntándonos con esa escopeta sin razón, sólo por ser de allá, pero ya le dijimos que estamos de su lado. Lo único que queremos es casarnos con todas las de la ley. Déjenos pasar por favor, si quiere después le ayudamos a su gente a vengarse de don Fulgencio. Por favor, échenos la mano.
- ¿Qué más quisiera yo, joven? Sólo he pensado en vengarme de ese don Fulgencio los últimos años. Pero pensándolo bien, lo mejor es negociar con él, seguramente le ha puesto buen precio a su cabeza, y no ha de tardar en aparecerse por aquí. Además está relinda tu chamaca.


21 de Febrero de 2004

lunes, 18 de agosto de 2008

El mendigo.

Eran eso de las nueve y media, me subí al último vagón de metro en una o dos estaciones antes o después de la estación Viveros, y entonces lo vi. En el vagón estábamos cuatro gentes y él, todos estaban sentados al frente, y yo, a dos lugares de él. El vagón a pesar de sus enormes dimensiones –que de repente suelen ser chicas– y con todas sus ventanas abiertas se veía inundado de un hediondo olor a pies. Cuando le puse atención, realmente atención, lo miré y vi cada hendidura de su rostro, cada cabello desaliñado de la barba, cada mancha de mugre y su pie desnudo con esas uñas amarillentas y largas.
Él estaba vestido con pantalones estilo queso gruyere, tenía pegado a todas su prendas un vivo recuerdo del polvo de todos aquello lugares donde había dormido, al menos últimamente; una playera que en sus mejores épocas fue tan roja como los labios de mi novia pero ahora sólo se podían comparar con el frío que pasaba en mis noches de campamento, cuando la fogata se transformaba en rescoldos que se iban ennegreciendo cuando se acababa la leña; el suéter debió haber sido un pedazo del firmamento nocturno pero hoy, ni la noche más rota y obscura, podría semejarse con esos hoyos que lo cubrían de frío.
El vagón avanzaba mientras él, tal vez delirante de hambre, reparaba su bota, más desaliñada que su barba, y le platicaba. Yo siempre supuse que ambos se contaban chistes pues él reía.
El vagón bajaba su velocidad, lo que obviamente me indicó que se aproximaba una estación, me di la vuelta y di un paso para situarme en frente de la puerta, al igual que los otros que estaban adelante. Él se dio prisa y trató de ponerle el cordón a su zapato para lograr ponérselo a tiempo y lograr bajar en la siguiente estación. El vagón se detuvo por completo en medio de la nada por un muy breve momento que pareció largo, él nos miró a todos y esbozó una sonrisa que yo interpreté como “ilusos, perdedores”. Seguía pasando el cordón por uno y otro hoyo procurando no equivocarse. El vagón inició su marcha y se detuvo en la estación. Bajé, pero no lo vi bajar, él seguía intentando ponerse el zapato a prisa. No lo consiguió. En el paroxismo que me causó ver toda esa escena: el metro alejándose y él aún abordo; pensé que a un mendigo con tanta personalidad como ése no le debía importar si bajaba en la estación que viene, o en la que viene, o en la que viene, o en la que viene, o no bajar.
Justo cuando el metro arrancó de la estación Viveros se logró poner su zapato, se levantó tranquilo y fue al centro del vagón, estaba mirando la puerta que no abría, miraba las ráfagas de luces que pasaban como flechas frente a él en el túnel obscuro. Se abrió la bragueta y comenzó a orinar, quitado de toda vergüenza, mirando, los nimios instantes de segundo, a la gente, niños, niñas, hombres, mujeres, viejos, mendigos igual que él, que pasaban en el tren vecino. Terminó de orinar. Vio las luces de la próxima estación. Se subió la bragueta. Hizo el mismo movimiento que yo hice una estación atrás para situarse en frente de la puerta. Todo se paró, se abrieron las puertas y bajó del vagón mientras sentía la mirada de dos mujeres recatadas y ancianas que lo vituperaron cuando entraron, por la misma puerta que él salía.
Subió a la superficie, se dirigió a una esquina y sacó una tarjeta de teléfonos, descolgó, marco ocho dígitos: un timbre, dos timbres –sitio de taxis– contestó otra voz al final de la línea. La noche se comenzaba a inundar de gotas perdidas en el aire. –Necesito un taxi, me han robado y tirado en un bosque por el Ajusco, llegué como pude, les pago en cuanto llegue... doy buena propina y vivo hasta Anzures- Contestó la otra voz. –No se preocupe, en seguida vamos por usted ¿Nos da la dirección?–.
No tardó mucho en llegar el taxi, dudó un poco al verlo. El taxista pensó “Éste tiene cara de que me va a asaltar”. Siguió de frente y le dio la vuelta a la manzana mientras pedía indicaciones por radio del cliente. No había duda, era él.
La lluvia comenzaba a hacer más cruel su descenso justo cuando abordó el taxi. –Hengels 48. Rápido, por favor–.
El taxista esperó un poco en ese edificio dudando que apareciera de nuevo. Apareció con cambio justo y con algo más del precio de la tarifa de propina – Buenas noches.-
Él subió a su apartamento y preparó todo para el gran día. Sus padres vivían en París, la tierra que le fue prometida cuando acabara sus estudios universitarios, creyendo que el dinero que le mandaban para colegiatura, la más cara de México; renta, gastos personales y servidumbre, una chica para los fines mencionados; sin saber que el único gasto que se empleaba correctamente era el de la empleada doméstica, quizá mejor pagado de lo debido.
La empleada doméstica le preparó la cena. Cenó con él. Terminando fue a revisar que su equipaje estuviera listo, los boletos de camión y su cuchillo, él nunca viajaba sin su cuchillo. Pasó las cosas a un lado de la cama. Se desnudó. Llamó a la empleada quien llegó ya desnuda y ambos tuvieron sexo de una manera desenfrenada, no habitual, pervertida y casi no natural. Al final, ya los dos, él salpicado de la pulcritud de ella y ella, embarrada del néctar salido de las costras de mugre de él; hablaron del viaje:-¿Ya la convenciste?– Dijo la chica.
-Si, fue muy fácil.
-Cómo me encabronan las fáciles... ¿A qué hora salen mañana?
-A las diez y media.
-¿Qué playa es?
-Río Grande.
-Qué bueno, ya sólo nos falta por terminar de recorrer Oaxaca y Chiapas para acabar de conocer todo el pacífico.
Sonrió el chico y asintió con la cabeza. Continuó hablando la empleada: -Procura matarla el miércoles, así el jueves que llegue todavía está fresca.
-Bueno, pero sólo si lo hacemos otra vez hoy ¿de acuerdo?
-Bueno.
-¿Y ya tienes visto quien va a ser la próxima?
-Sí, una chica que acaba de huir de casa, me la encontré por Cuautitlán, al norte de la ciudad.
-El jueves me pasas los datos, así para el viernes que llegue la comienzo a trabajar.
Se hizo un gran silencio pues empezaban con su rito sexual y ella le dijo al final del silencio:
-Si la matas antes conserva los pezones, aunque se en hielo ¿hecho?
-Hecho.
-¡Ay! ¿Qué dirían tus papis franceses de su querido closhard.

Eran eso de las nueve y media, me subí al último camión que se dirigía al estado de México. Me dirigía a Cuautitlán, En el camión íbamos cuatro gentes y él...


FIN.


Francisco Puente

martes, 17 de junio de 2008

Pensamientos sobre "el guardagujas"

Juan José Arreola, un escritor autodidacta de Jalisco, nos ha legado una gran obra: “El guardagujas". Esta obra nos presenta un personaje sui generis que a través de una lúdica muy especial nos revela un sin fin de destinos, también sui generis. En general nos mete a un mundo de ficción (o mejor: un país), donde el sistema de trenes resulta casi una analogía con la vida real: no importa el destino que nos fijemos, siempre podemos acabar en cualquier otro o cargando un tren por partes para salvar un acantilado.
A través de un diálogo con un viajero “normal” se nos presenta un mundo entre Borges y Gabriel García Márquez. Un mundo descabellado donde al parecer gobierna la sinrazón, misma que funciona de maravilla en el contexto y lugar situado... El conflicto surge cuando un extraño, totalmente ajeno a los “usos y costumbres” de aquel lugar se ve atrapado en una especie de locura. ¿Cómo mantener un diálogo con un loco? Al país que fueres, haz lo que vieres. Pues eso se lo debemos a la maestría con que Arreola maneja el tono, obviamente fársico, y que nos remite a una literatura transgresora que rompe con la idea clásica del desarrollo del cuento (quiero aclarar que no es una ruptura cismática, sino un apenas un esbozo de lo que el futuro promete). No podemos decir que no se trata de un cuento; pero tampoco podemos afirmar que se sigue la estructura básica de a quiere b pero se le opone c, con personajes bien definidos y psicologías punzantes que apuntan al desarrollo de la narración a través de ellos y no por la situación; aunque el en fondo, un análisis estructural develaría que en esencia lo son. Cuesta un poco de trabajo discernir por qué el texto, a ojo de pájaro, nos muestra una superficialidad de dos mundos contrapuestos.
Es un texto que pretende ser críptico aparentemente sin ningún sentido... ¿Pero la literatura tiene algún sentido? Eagleton afirma que no y que ése es precisamente el ser de una literatura (aparte de ser reconocida en tiempo y lugar por el canon). En este cuento lo que más importa es la soltura del lenguaje que a veces no se atreve a situar, a precisar una locación definida más allá de letras capitales. Pero sin temor afirma los orígenes supuestos de una aldea que surgió gracias a la sinrazón (F).Gracias a esto el lector puede situarlo sin ningún problema en cualquier lugar en cualquier momento. Lo que no significa que exista la posibilidad de que la ficción llegue a ser realidad, no obstante la universalidad está patente: como decía al inicio, puede ser una analogía con la vida misma.
Quiero remitirme a un cuento de Borges que, aunque no tenga nada qué ver con “El Guardagujas”, se le parece en la estructura de ficción; en el pretexto para narrar un mundo inexistente, sí; pero lleno de humanidad: “Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius”. Ambos autores (grandes de la narrativa hispanoamericana) tenían una visión peculiar del mundo y una forma de retratarlo donde el lector se desconcierta; pero eso le ayuda y lo atrapa. El final de “El guardagujas”, a pesar de ser un final en el sentido estricto; en un análisis se revelará como un final abierto. Y es que, ¿cuál si no lo lúdico, sería el fin de Arreola al escribir esta ficción? Es el placer de escribir, lo lúdico por el simple gusto; salvaguardando las chabacanerías del mero divertimento de los juegos de palabras.

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domingo, 1 de junio de 2008

Aún sin título...

[fragmento]

«¡La poesía..., la poesía eres tú!»
Gustavo Adolfo Becquer


Soy nube y tú campo y cielo y el viento
que sube, pasea, viaja y estalla
rojizo
—sin tiempo—
en la hora que escapa
desnuda,
presa entre un par de montañas:
dos fauces terrestres e inexorables.

Tú eres el viento debajo del ala;
el dedo que apunta inmóvil al ave
fijada en el lienzo, ya vespertino,
de un pueblo lejano
y siempre culpable
de mi gentilicio, tu gentilicio:
la patria que es nuestra y huye en la noche
y hay que alcanzarla cubiertos de cielo.
¡De pronto despierto! Tú: omnipresente:
eres el halo que cubre la estrella,
la estrella y la mano que la sostiene.

Pero también yo soy yesca; tú chispa
y brasa y el viento
—constante viento—
que juega entre abrazos de nube y de humo.