miércoles, 17 de septiembre de 2008

Huyendo al fin

I

Venimos huyendo. En toda la noche no hemos parado de correr y llevamos dos noches sin dormir. Ayer en la tarde nos descubrieron, teníamos ventaja todavía y como sabemos correr mejor, los íbamos dejando atrás, entonces nos dispararon. Por suerte cuando nos descubrieron ya casi estábamos en la cima del monte. Las balas no nos hubieran dado, pero más vale la pena correr. Ahí nomás bajando el monte les sacamos mucha ventaja, nos metimos a lo tupido del bosque y no paramos ni para tomar agua hasta que nos dio la noche. Anduvimos perdidos un rato, pero dios quiso que ya oyéramos el Lacanjá. Caminamos rápido, nunca nos detuvimos; si no corríamos, caminábamos. Cuando llegamos nos dimos cuenta de que no era el Lacanjá, era un arroyo no más. A lo mejor por el miedo lo oímos más fuerte, de todos modos nos sirvió. Nosotros sabíamos que iban a seguir nuestras huellas, por eso nos metimos a caminar al agua, río abajo.

II

- ¿Estás seguro?
- ¿Te estás echando pa´ tras?
- No es eso.
- ¿Entonces?
- Ayer hablé con los muchachos. Siguen diciendo que sí te ayudan; aunque hayas vivido en la ciudad al final eres de aquí, pero dicen que lo pienses bien, a lo mejor si te regresas…
- ¡No! Si me van a ayudar los veo en la noche atrás de la casa de Fulgencio, si no, yo solo puedo.
- Sí te vamos a ayudar hombre, sólo queríamos saber si estabas bien seguro.
- Segurísimo.
- ¿Y ella?
- Más que yo.

III

¡Cómo no se fijaron! ¡Si serán pendejos!
Cuando lo encontremos le vamos a dar dos machetazos por cada caballo.
¡Ustedes vayan a buscar caballos! Y ustedes pónganse a rastrear las huellas, órale cabrones que es para hoy.
Ustedes pregúntenle a los indios si no los han visto.
Mata a los caballos Manuel. Y que algunos se me regresen al pueblo a poner todo en orden. Y que ofrezcan tierras, de las mejores con todo y mulas, indios y dinero, al que me encuentre a ese puto y la vieja. ¡Pinche vieja!
IV
Salimos huyendo cuando menguó el tiroteo. Ninguno de ellos nos vio saltar la barda y escapar. Seguramente alguien del pueblo se los dijo, allí todos hablan porque tienen miedo. Nosotros todavía teníamos parque, una pistola y una escopeta; estábamos corriendo por el campo, rumbo a los montes, cuando vimos tierra levantada por caballos: nos estaban siguiendo; por eso tiramos la escopeta, para correr más rápido. No crea que no nos dolió dejar tanto muerto en casa de don Fulgencio, si eran nuestros hermanos, pero ellos sabían lo que podía pasar. Lo bueno es que de los nuestros sólo murieron siete, fueron todos los demás, pero nomás siete; y de don Fulgencio, por lo menos, veinte. Cuando dejamos la escopeta fuimos a meternos a la maleza que está atrás del campo de café. Allí nos encontramos al hijo de Fermín, el de la pulquería, con la hija de Calcic, un campesino. Ellos nos delataron, debieron haber pensado que nosotros los delataríamos primero. Los caballos llegaron donde ellos. Nosotros nos metimos más al pastizal. Nos estuvieron buscando hasta después que cayó la noche y como no nos encontraron porque unas nubes taparon la luna, abrasaron la maleza. Casi nos quemamos vivos pero el viento sopló pal otro lado y nos salvamos. Ellos tuvieron que recular. Nosotros aprovechamos para huirnos, ya sabíamos que a lo mejor nos encontraban porque todavía tenían caballos raudos.

V

- ¡Martín, Martín! ¡¿Ya supiste?!
- ¿Qué cosa?
- Don Fulgencio fue a casa de María con sus hombres y se la llevó. Dijo que se la llevaba para casarse con ella, nomás esperaba a que le llegara el cura que mandó traer.
- ¡Hijo de la chingada, lo voy a matar!
- No puedes.
- ¡Cómo que no!
- Solo no, hermano.
- ¿Me ayudas?
- Tal vez. David, Simón, Felipe y Juan hablamos. Estamos de acuerdo en ayudarte si consigues armas y caballos.
- Sólo tengo un revolver.
- Pero tienes dinero. David sabe donde comprar

VI

¿Oyes? ¿Qué cosa? ¡El río, ya estamos cerca! ¿Estás seguro? ¿Qué no lo escuchas? es el Lacanjá, estoy seguro. Sí, ya lo oigo. Vamos, rápido. ¿Crees que nos alcancen? No sé, si llegamos al río por lo menos no nos van a poder seguir. ¿Y después qué? Ya habíamos dicho. shhh… escucha. ¿Qué? Shh… ¿Qué cosa? Shh… nada, creí que eran ellos. Tengo miedo. No te preocupes. ¿Y si son ellos? No son. ¿Cómo lo sabes? Lo sé. ¿Por qué no te fijas? ¿Cómo quieres que me fije? Súbete a un árbol y ve. ¿Y que voy a ver? ¡es de noche! Ya sé que es de noche, puedes ver sus antorchas. ¡Si nos están buscando no van a traer antorchas! Perdón, no sabía.
Allá está el río. Es más chico de lo que me habías dicho. Tal vez sea un brazo, sigámoslo.
No parece brazo, es un vil arroyo; nos perdiste. No importa, sigue caminando por el agua. ¿A dónde vamos?... Sigue el río. ¿A dónde vamos?... Sigue el río. ¡A dónde vamos! No sé… sigue el río.

VII

Me importa un pito que sea Ixmucané. Que vayan a negociar unos. ¡Órale, no sean putos! ¡Tú y tú! Vayan. Ofrezcan lo que quieran a cambio de esos dos. Y cuidadito con traerme usada a la chamaca, ¿quedó claro? Si allá se ponen estúpidos ofrezcan mucho dinero, total ni se los pienso pagar, además ya les hace falta una calentadita a sus mujeres. ¿O no muchachos?
Ustedes dos. Vayan con ellos y se me fijan bien cuanto café tienen plantado esos indios.

VIII

- ¿Y los papás de María qué hicieron?
- Lo que pudieron.
- ¿Qué?
- Don José se fue a la cantina y después a la casa de don Fulgencio. Dicen que primero intentó convencerlo de que le dejará en paz a la chamaca, hasta le ofreció sus tierras y la cosecha de orita. Don Fulgencio no quiso. Entonces don Pepe sacó la pistola y los matones de don Fulgencio se lo echaron.
- ¿Y tú hablaste con don Fulgencio?
- Yo no. Doña María sí. Le dijo que yo era al que María quería, y que nos íbamos a casar pronto.
- ¿Y qué pasó?
- Como no le hizo ni tantito caso, se fue a hablar con la mamá de don Fulgencio, entonces él la mandó encarcelar y a mí me mandó a cazar.
- ¡Es un hijo de puta! Ojalá hoy en el casorio lo podamos matar.
- Sí, ojalá… ¿Conseguiste lo que te pedí?

IX

Pasamos toda la noche caminando. Cuando amaneció y nos dimos cuenta de que no seguíamos al Lacanjá, decidimos cruzar el Chixoy. Sabíamos que era riesgoso, pero para esa altura ya nos estarían buscando en todos los lugares de alrededor. Lo más peligroso iban a ser los montes, de ese lado están todos pelados y casi no hay árboles; alguien nos iba a ver. Nos vinimos lento, por arroyos. La idea era cruzar los montes de noche. Sólo comimos lo que nos encontrábamos en el camino, siempre andando.
Pa´ medio día nos encontramos unos cimarrones, les cambiamos la pistola por comida caliente y chamarras; éstas; y cuando los dejamos atrás nos dispararon, a traición, ahí nos tuvimos que meter otra vez a lo tupido. Nos persiguieron, por suerte sólo les dejamos ocho tiros: se los acabaron; y como nos metíamos más y más, ellos se regresaron. Nosotros perdimos el arroyo como cuatro horas y nos tuvimos que arriesgar a pasar cerca de los campos para encontrar el agua.
Ya pa´ la noche sabíamos en donde estábamos y por donde teníamos que cruzar el Chixoy. Por desgracia don Fulgencio también sabía donde andábamos, pero al menos ya con pocos caballos, todos robados. Nos acordamos que aquí en Ixmucané todos odian a los caciques de allá, en especial a don Fulgencio, por aquello que les hizo ha unos años, lo de las muchachas y el café.

X

- ¿Cuándo llega el cura?
- Mañana.
- ¿Qué vamos a hacer?
- Yo y los demás estamos haciendo planes para entrar mañana a la casa de don Fulgencio.
- ¿Y yo?
- Cuida a los papás de María.
- Ya pa´ qué. Don Fulgencio ya se los quitó de encima, y a mí me está persiguiendo.
- ¿Por qué, qué hicieron?
- Yo nada.

XI

María, agáchate. ¡Ay! Agáchate. Cuidado atrás. ¡Simón! Sácala de aquí. Sí. Vamos María. ¿A dónde? Atrás, ven. Nos van a matar. No, vamos ganando. Me hubieras dejado, no quiero que te mueras. No me voy a morir ni tú tampoco. ¡Ay! Vamos atrás, rápido. ¿Dónde están los caballos? No hay caballos. ¿Y qué vamos a hacer? Lo de antes pero sin caballos. Vamos a saltarnos por ahí. ¿Puedes? Sí, vamos.

XII

¡Pues no les dije que lo mataran cabrones! ¡Ya ven lo que pasa por sus pendejadas!
¡Tú ve por los caballos!
¡Tú! Ve a preguntar a donde andan. Si no te dicen los matas.
¡Manuel! Tráete los rifles y mucho parque.
¡Cuántos eran!
No más seis. ¿Cuántos quedaron vivos?
A ése que encontraron mátenlo a machetazos y a su familia háganle lo que quieran.
¿A cuantos me mataron?
Pues cuando agarremos al cabrón le vamos a dar treinta y dos plomazos en los güevos, uno por cada hombre. Pa´ que aprendan todos a no meterse conmigo.

XIII

Mira, allá en el valle. ¿Qué es? Son don Fulgencio y sus hombres. ¿Qué hacen, por qué patean a los caballos? No te asomes tanto… están enojados porque los caballos se están muriendo. ¿Pus nos que eran buenos? Sí, pero Jesús los envenenó. ¿Quién es Jesús? El hijo de don Chucho, el herrero. Ah… ¡ay! ¿qué fue eso? ¡ay! Shh.. tiros, están matando a los caballos. ¡Ay! Shh.. ¿Y ora? Les va a costar trabajo alcanzarnos, ven, hay que sacarles ventaja. Ajá. Agáchate.

XIV

- ¿Conseguiste lo que te pedí?
- Casi, sólo pude conseguir los rifles, las pistolas y las balas.
- ¿Y los caballos?
- No alcanzó
- ¡A qué la chingada! ¿Cómo vamos a escapar?
- Jesús es amigo del encargado de la caballería de don Fulgencio. Los va a envenenar.
- ¿Y pa´ cuando se mueren?
- Mañana, dice.
- ¿David averiguó cuantos hombres armados van a estar en la casa de Fulgencio?
- Treinta, treinta y cinco.
- Todos saben a lo que le tiramos. ¿Los demás saben que no conseguimos caballos?
- Ayer hablé con ellos.
- ¿Qué dijeron?
- Que si estás seguro de lo que vas a hacer.

XV

Asaltamos el casorio para rescatarla, la querían casar a fuerzas. Casi nos matan a todos, nosotros escapamos. Los tres hijos de David entraron por la puerta grande, entraron disparando, ellos solos se echaron a diez. Duraron mucho. Los demás entramos disparando por la puerta de atrás, no se lo esperaban. Ahí se puso buena la balacera. Don Fulgencio se fue a esconder a su casa, corría como niña, ¿Se vio bien puto, no? Nosotros nos dispersamos. Dos fuimos por María, pa´ sacarla y cuando la hallamos mataron a Simón. Nosotros fuimos pa´ atrás de la casa en medio del alboroto, pa´ que los tiros no la fueran a lastimar. Pensamos que nos iban a agarrar cuando menguó el tiroteo, parecía que los hombres de don Fulgencio habían ganado. Fueron a ver si había más de nosotros esperando entrar por la puerta grande, ahí fue cuando nosotros aprovechamos para escondernos entre una pared y unos árboles. Todavía se escuchaban algunos disparos, pocos, pero se oían. Cesaron pronto.

XVI

Mira quien está allá. ¿Cómo nos encontró? Alguien nos debe haber visto cuando salimos al campo. ¿Y por qué trae caballos? No sé, pero sólo son dos. Se los ha de haber robado. Chance; vamos pa´ la cima del monte orita que se están yendo pa´ allá. Nos van a ver. Tenemos que correr rápido. Traen caballos, nos van alcanzar. Es la única manera.

XVII

¡A ver suegro! ¿Dónde está la chamaca?
¡No te pongas pendejo!
Vente pa´ acá María, no seas rejega.
¡No se ponga en pendejo, no ve que les estoy haciendo un favor! Es más, pa´ que vean que no hay resentimientos los invito al casorio, es mañana en la tarde, ahi pregunten.
Manuel, llévate a la escuincla y cuídamela bien, si le pasa algo te va a salir caro, ¿entiendes cabrón?

XVIII

Pá la mañana ya vimos la frontera. El río que seguimos surtía al Chixoy, lo cruzamos y lo encontramos a usted, apuntándonos con esa escopeta sin razón, sólo por ser de allá, pero ya le dijimos que estamos de su lado. Lo único que queremos es casarnos con todas las de la ley. Déjenos pasar por favor, si quiere después le ayudamos a su gente a vengarse de don Fulgencio. Por favor, échenos la mano.
- ¿Qué más quisiera yo, joven? Sólo he pensado en vengarme de ese don Fulgencio los últimos años. Pero pensándolo bien, lo mejor es negociar con él, seguramente le ha puesto buen precio a su cabeza, y no ha de tardar en aparecerse por aquí. Además está relinda tu chamaca.


21 de Febrero de 2004

1 comentario:

Marcos García Caballero dijo...

Es el buenazo de Paso al frente!!!
MGC.