domingo, 1 de junio de 2008

No me duelas.

No me duelas, mujer,
que hay cien abismos
perforados en el alma;
cien aullidos, mujer,
gritados al alba
en la noche más ciega;
y cien espinas clavadas
en el grito contenido.
Eres tortura que no para,
desdén de marinero
al náufrago errabundo,
hora última del condenado,
héroe muerto en la victoria,
y brisa que se cuela
entre las rejas de la cárcel.
No me duelas, mujer,
que dueles en la carne y en el alma,
en la cama y la sangre
y en la vida que sale y que se escapa.
En ti se trasluce, límpida y diáfana,
el agua que otrora fluyó en el páramo,
derramándose fértil por planicies
que eran el vientre de la primavera.
No descartes, mujer,
ese beso encendido como brasa,
esa llama absorbida por tu cuerpo,
ni esa rosa ofrendada a la mañana.
Olvídate de todo
menos de los vientos,
menos de las aves,
mucho menos del mar.
Olvídate de todos tus recuerdos,
de tus muertos, de tus vivos,
de mis manos y mis sueños.
Olvida que me dueles y te duelo;
tan sólo no te olvides
que yo no olvido. Y que te quiero.

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